11. Shiva: El Fuego que Devora las Ilusiones

Autor: alberto@yogaisnotasana.com

Shiva 1

Shiva no es amable. Shiva no es indulgente. Shiva no es una figura que puedas amar cómodamente desde la distancia. Es la destrucción encarnada, el eco de las llamas que consumen todo lo que no es real. Es el dios de los renunciantes, el Yogi supremo que vive entre cenizas y huesos, en lo crudo, en lo esencial, donde no queda espacio para mentiras ni adornos.

Hablar de Shiva aquí, en un mundo que teme lo sagrado, es casi un sacrilegio. ¿Qué sentido tiene mencionar su nombre en una sociedad que ha perdido su conexión con lo verdadero? Aquí, donde los rituales son mal vistos, donde las velas son perseguidas, donde incluso el cannabis es comparado con el alcohol o la cocaína. Shiva, con su tambor resonando en la noche, es un recordatorio brutal de todo lo que hemos olvidado y de lo que estamos perdiendo.

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La Realidad de los Renunciantes: Shiva Vive en Ellos

Shiva no vive solo en templos de piedra y en las mentes de los eruditos. Vive en los ojos de los sadhus que caminan descalzos sobre un suelo que quema, que llevan cenizas de crematorios sobre la piel y que miran al mundo sin apartar la vista, porque no tienen nada que esconder. Ellos son Shiva encarnado, no porque sean perfectos, sino porque han renunciado a todo para buscar lo eterno.

Si dos sadhus vinieran aquí, a este mundo occidental que se jacta de su progreso, no serían recibidos con respeto ni admiración. Serían marginados, perseguidos, encarcelados, tal vez internados en hospitales por "locos". Y lo peor no sería por lo que hacen, sino por lo que son. Porque su mera existencia es un desafío a todo lo que hemos construido: un sistema que glorifica el ruido y destruye el silencio, que venera la mentira y teme la verdad.

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Shiva, el Destructor de Todo lo Que Somos

Shiva no es solo el destructor de mundos físicos. Es el destructor de nuestras ilusiones, de nuestros egos, de todo lo que hemos creado para mantenernos cómodos en nuestra desconexión. Cuando Shiva mira, no puedes esconder nada. Sus ojos atraviesan todas las capas que hemos construido para protegernos de lo que realmente somos.

Esa mirada no es algo que la mayoría pueda soportar. Porque Shiva no solo ve nuestras acciones; ve nuestras intenciones, nuestras sombras, todo lo que somos y todo lo que hemos tratado de ocultar incluso de nosotros mismos. Y cuando lo falso es demasiado, Shiva actúa. No por odio, no por juicio, sino porque lo falso no puede sostenerse en su presencia.

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La Danza de la Oscuridad y la Verdad

Los yogis –no los de gimnasio, sino los verdaderos– son el reflejo más crudo de Shiva. Comen lo que nadie comería, viven donde nadie quiere vivir, y no temen a nada porque han abrazado lo que la sociedad teme más: la muerte, lo oscuro, lo desconocido. Su existencia no es un espectáculo ni una provocación. Es un ritual continuo, una danza con la verdad más cruda de la existencia: que todo lo que comienza debe terminar.

Para un sadhu, no es que no haya diferencia entre lo puro y lo impuro, sino que su comprensión está más allá de la ética y la moral de nuestro tiempo. Han conocido a través de la experiencia los misterios de la vida y la muerte. Todo es parte del ciclo que Shiva encarna. Y ese ciclo no puede ser ignorado, aunque Occidente lo intente. Porque mientras intentamos escapar de la muerte, ellos la abrazan. Mientras buscamos comodidad, ellos buscan lo crudo. Y mientras veneramos lo superficial, ellos se sumergen en lo esencial.

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Kali Despierta a Shiva: El Llamado de lo Inefable

Cuando Kali despierta a Shiva, no es un acto de compasión. Es un acto de necesidad. Porque cuando el desequilibrio es demasiado grande, cuando la destrucción ya no puede ser ignorada, Shiva debe despertar. Y cuando lo hace, no hay vuelta atrás.

Kali no despierta a Shiva por los hombres. Lo despierta por todo lo que existe: los ríos, las montañas, las almas que vagan, los animales que sufren, las estrellas que se apagan. Y Shiva, con su tambor resonando y su fuego ardiendo, responde. Porque él no distingue entre lo humano y lo no humano. Para Shiva, todo es parte del mismo todo. Y cuando ese todo está roto, él lo destruye para regenerarlo.

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La Sociedad que No Quiere a Shiva

Occidente no quiere a Shiva. Quiere lo que es cómodo, lo que no exige transformación. Quiere rituales vacíos, no la intensidad de lo real. Aquí, los renunciantes no son venerados; son perseguidos. Aquí, el yoga no es un fuego que consume el ego; es un ejercicio para tonificar el cuerpo. Aquí, lo sagrado no tiene lugar.

Pero Shiva no necesita ser querido. No busca adoración. Simplemente es. Y cuando el mundo lo rechaza, no desaparece. Se convierte en una presencia incómoda, en una sombra que no puede ser ignorada, en un fuego que arde aunque nadie quiera verlo.

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Conclusión: Shiva Está Aquí, Nos Guste o No

Shiva no es un dios para ser comercializado ni un ideal para ser debatido. Es la realidad más cruda, más pura, más inevitable. Es el destructor y el regenerador, el Yogi supremo, el maestro que vive en el silencio y en el fuego. No necesita templos, ni rituales grandiosos, ni seguidores. Vive en los renunciantes que el mundo teme y margina. Vive en el fuego que arde en los crematorios. Vive en el tambor que resuena en la noche.

Shiva no nos pregunta si estamos listos. No nos da tiempo para decidir. Su mirada ya está sobre nosotros, y su tambor ya está sonando. Lo falso no puede sostenerse. Y cuando Shiva actúe, no será por compasión ni por castigo. Será porque el equilibrio debe ser restaurado.

El fuego arde. El silencio habla. Shiva está despierto.