El yoga, en su origen, es un camino de transformación profunda que busca la unión del cuerpo, la mente y el espíritu con lo divino. Nació en las cuevas de los Himalayas, en los templos y en la introspección de los yoguis que dedicaban su vida entera a la práctica espiritual, buscando la liberación del sufrimiento y la comprensión de la realidad última. Las asanas (posturas físicas) eran solo una parte mínima de esta tradición, cuyo propósito era preparar el cuerpo para la meditación, la autoindagación y la experiencia mística. Pero, ¿qué ha pasado con el yoga en Occidente?
En Occidente, el yoga ha sido reducido a un mero ejercicio físico, a una moda de bienestar superficial que se practica para tonificar el cuerpo, perder peso o mejorar la flexibilidad. Las clases de yoga se venden como si fueran una clase más de fitness, una extensión del culto al cuerpo que promueve la sociedad moderna. Sin embargo, esta perspectiva no solo es limitada, sino que es diametralmente opuesta a lo que el yoga representa en su verdadera esencia.
El yoga no se trata de "verse bien" o de "lucir espiritual" mientras se presume un atuendo caro de marcas de ropa deportiva. No se trata de competir por quién logra la postura más difícil o de hacer gala de una flexibilidad que solo alimenta el ego. La verdadera esencia del yoga implica destruir el ego, trascender la superficialidad del cuerpo y la mente, y encontrar un estado de unidad y paz interior que nada tiene que ver con la validación externa.
La sociedad occidental, con su enfoque en el materialismo, el individualismo y la gratificación inmediata, está tan alejada de lo espiritual que, incluso aquellos que se interesan por el yoga necesitan un proceso largo para limpiar sus mentes y corazones de estas influencias. No es suficiente con asistir a una clase una vez a la semana o practicar posturas en un estudio con música de fondo. Para comprender realmente el yoga, hace falta un compromiso profundo, que a menudo implica años de desaprendizaje y de desapego de las creencias y valores de Occidente.
La auténtica práctica del yoga requiere un cambio de vida, un desapego de las necesidades del ego, y, en muchos casos, una búsqueda que solo es posible cuando se sale de las influencias culturales de Occidente. Por eso, muchos encuentran que solo en India, Nepal o en entornos alejados del consumismo pueden empezar a entender la profundidad de lo que significa ser un verdadero sadhaka (practicante del camino espiritual). Es allí donde el yoga surge de manera natural, como un río que fluye sin esfuerzo, y donde las posturas físicas dejan de ser un objetivo en sí mismas para convertirse en una herramienta de autoindagación y crecimiento espiritual.
En Occidente, el yoga se ha comercializado hasta el punto de perder su alma. Ha sido envuelto en una burbuja de marketing, vendiéndose como un producto de consumo rápido y de fácil acceso. Pero el yoga no es una moda; es un camino arduo que exige disciplina, renuncia y humildad. Es un llamado a mirar hacia adentro, a enfrentar las sombras del ego y a transformarse desde lo más profundo, algo que no se logra con una esterilla de diseño ni con una clase de una hora.
Es momento de ser honestos sobre esta realidad. Si buscamos la verdadera esencia del yoga, debemos empezar por abandonar la idea de que es un simple ejercicio físico o una forma de alcanzar objetivos estéticos. La verdadera práctica comienza cuando dejamos atrás la búsqueda de resultados externos y nos sumergimos en el trabajo interno, en la meditación, en la reflexión sobre quiénes somos y cuál es nuestro propósito en esta existencia. Solo entonces, el yoga puede revelarse en su verdadero poder transformador, y solo entonces podremos decir que estamos caminando por el sendero que los antiguos sabios de la India trazaron para la humanidad.